La astronomía, esa ciencia milenaria que nos permite entender el cosmos y nuestra posición en él, ha tenido un papel crucial en el desarrollo cultural y científico de muchas civilizaciones, incluida la mexicana. La fascinación por los astros, en particular por los eclipses solares, no solo ha sido un tema de interés científico sino también un espectáculo natural que ha cautivado a la humanidad a lo largo de los siglos.

En México, la astronomía ha experimentado una evolución significativa, especialmente a partir de la década de 1880, cuando se sentaron las bases para la profesionalización de esta ciencia con la construcción del Observatorio Astronómico Nacional de Tacubaya. Este observatorio marcó un antes y un después en la historia astronómica del país, ofreciendo un espacio dedicado y equipado para el estudio del universo de manera más formal y sistemática.

Antes de esta época, la astronomía en México estaba primordialmente al servicio de la cartografía y la definición de límites geográficos. Sin embargo, la participación de México en la expedición a Japón de 1874 para observar el tránsito de Venus fue un hito importante. Esta expedición permitió a los astrónomos mexicanos contribuir a la ciencia global con datos precisos sobre las dimensiones del Sol y la distancia entre la Tierra y este astro, utilizando la técnica de la paralaje.

El personal del Observatorio de Tacubaya, en sus inicios, carecía de una formación específica en astronomía, situación que cambió con la adquisición de nuevos instrumentos. Las carreras de ingeniería de la época, que incluían materias relacionadas con la astronomía como optativas, proporcionaron una base importante para el desarrollo de esta ciencia en México. Así, disciplinas como la mecánica celeste, la astronomía práctica y la física astronómica empezaron a formar parte del currículo académico, contribuyendo al avance y profesionalización de la astronomía en el país.

Los eclipses solares han sido siempre eventos de gran interés para la población general y la comunidad científica. Su observación, aunque limitada geográficamente debido a la estrecha franja de totalidad, ofrece valiosas oportunidades para el estudio y la divulgación científica. En México, entre los años 1600 y 1699, se registraron algunos eclipses totales y anulares, eventos que sin duda debieron provocar asombro y temor entre la población de la época.

El relato del eclipse total de 1691, observado por el matemático y escritor Carlos de Sigüenza y Góngora, nos ofrece una vívida descripción de cómo se vivieron estos fenómenos. La confusión y el miedo que provocaba la repentina oscuridad en pleno día llevaron a la gente a buscar refugio y consuelo en lugares sagrados, mientras se intentaba iluminar las calles para enfrentar la inesperada noche.

Hoy en día, la astronomía en México ha avanzado significativamente, gracias a instituciones como el Observatorio Astronómico Nacional y la participación activa de México en la comunidad científica internacional. La curiosidad humana por los fenómenos astronómicos, como los eclipses, sigue siendo un poderoso motor para el estudio y la divulgación de la ciencia, permitiéndonos apreciar no solo la belleza del universo sino también nuestro lugar en él.

Los eclipses solares, esos raros y majestuosos eventos, continúan siendo una fuente de asombro y un recordatorio de la constante búsqueda del conocimiento que caracteriza a la humanidad. En México, con su rica historia astronómica, estos fenómenos siguen siendo un puente entre el pasado y el futuro, entre la tradición y la modernidad científica.