Haití, la nación que una vez lideró el camino hacia la libertad en el continente americano, hoy enfrenta una crisis humanitaria y política que parece haber quedado en la sombra de la indiferencia global. En medio del caos geopolítico y la constante evolución mundial, Haití se desvanece en la periferia de la preocupación internacional, a pesar de la gravedad de su situación.

Con una historia marcada por desafíos políticos y catástrofes naturales, Haití ha sido testigo de un declive alarmante en su estructura estatal. La muerte del presidente Jovenel Moïse en 2021 dejó un vacío de poder que desencadenó un aumento en la violencia de las bandas y una dominación de las mafias que han sumido al país en un abismo de inseguridad y desesperanza. La realidad haitiana es cruda: un Estado que lucha por mantener su existencia mientras sus ciudadanos sufren la supresión de sus derechos más fundamentales.

Figuras como Antonio Guterres de la ONU y Luis Almagro de la OEA han levantado sus voces en defensa de Haití, pero sus palabras parecen resonar en un vacío de acción y compromiso. La comunidad internacional, aunque consciente de la crisis, no ha demostrado la voluntad o la urgencia necesarias para intervenir de manera significativa. La situación en Haití no es solo un problema haitiano o dominicano, es una crisis humanitaria que demanda una respuesta global y coordinada.

El informe de la ONU revela cifras que ilustran la magnitud del problema: un aumento del 119% en homicidios y del 83% en secuestros en tan solo un año. Estas estadísticas no solo reflejan el deterioro de la seguridad en Haití, sino también la urgente necesidad de una solución que restaure la paz y la estabilidad en la nación. La respuesta a esta crisis debe ser rápida y efectiva, pero hasta ahora, la solidaridad internacional se ha quedado corta.

Aunque la República Dominicana ha mostrado valentía al enfrentar las repercusiones del colapso haitiano, la solución definitiva a esta crisis no recae únicamente en sus hombros. Haití necesita el apoyo y la intervención de la comunidad internacional, de una manera que refleje la misma urgencia y compromiso mostrado en otros conflictos globales. La crisis haitiana no es solo una tragedia para su pueblo, sino un llamado a la acción para todo el mundo, un recordatorio de que la indiferencia puede ser la mayor amenaza para la humanidad.

Haití no solo es un reflejo de un Estado en crisis, sino también un espejo que refleja la apatía y la falta de acción de la comunidad internacional. Es hora de que el mundo se una, no solo en oración y pensamiento, sino en acción concreta y compromiso para devolver a Haití la dignidad y la paz que su gente merece.