En la actualidad, la sociedad española parece encontrarse en medio de una tormenta ideológica, zarandeada por olas de desinformación y división. Como si estuviésemos a bordo de una nave en plena tempestad, luchamos por mantenernos en pie mientras perdemos de vista el horizonte. En este contexto, se nos presenta una imagen distorsionada de la realidad, donde los partidos políticos se ven atrapados en una narrativa de confrontación: la derecha es etiquetada de contaminadora y fascista, mientras que la izquierda es acusada de ser antiespañola y falsamente obrera.

Sin embargo, más allá de estas simplificaciones, emerge una verdad más compleja y matizada. La realidad es que, frente a este panorama, la ciudadanía exige sinceridad y autenticidad, una forma de parresia, que implica exponerse a riesgos, como si uno estuviese frente a un pelotón de fusilamiento. En medio de este estado de emergencia, es crucial levantar la mirada y buscar un rumbo, aunque el gobierno parezca ausente y la nave del estado sea sacudida por el oleaje.

En este escenario, se plantea la imperiosa necesidad de definir qué es España, cuál es ese norte hacia el que deberíamos orientar la agitada nave del estado. Algunos podrían imaginar a España como una federación de repúblicas ibéricas, una monarquía constitucional, un imperio cultural o la representación de la Hispanidad. Pero lo cierto es que, en el marasmo actual, lo primero que falta es un esquema claro del horizonte. Hay que recoger los pedazos rotos del mapa, intentar reconstruir la forma de España, completando los fragmentos perdidos y continuando los trazos interrumpidos.

La reconstrucción de este mapa no es solo una tarea geográfica o política, sino también una labor de identidad y memoria. Debemos recordar qué ha sido España, observar su arruinada figura actual y despertar en nosotros la esperanza de que mañana sea el lugar donde hubiéramos querido vivir. Frente a la profecía de un político olvidado, que auguraba una España irreconocible, se presenta el desafío de forjar una unidad que albergue una nueva identidad, sin olvidar o despreciar la esencia de lo que alguna vez fue.

En última instancia, si no podemos detener la tormenta, debemos abrirnos paso a través de ella. Luchando juntos contra la tempestad y conteniendo a los amotinados, es posible salir del proceloso mar del presente. Es fundamental recordar que llevamos en este buque las semillas del porvenir, que si se hunde, permitirán el crecimiento de nuevas realidades sobre los restos de lo que alguna vez fue.

Fernando Muñoz, Doctor en Filosofía y Sociología, nos invita a reflexionar sobre estos dilemas, recordándonos que, aunque la travesía sea ardua y el futuro incierto, la esperanza y la determinación son esenciales para navegar en las aguas turbulentas de la actualidad.